20 oct 2013

Cambios del cuarto día

Hoy habíamos confirmado que no, no todo era eterno. Trajimos dinero para un mes y ya no teníamos nada. Pasamos borrachos desde el domingo y no alcanza para más cervezas. Este martes por la mañana, Marco le pidió matrimonio a Lucía, Andrea rompió su relación de cuatro años con Jorge y yo, lejos, como un outsider, como una hormiga con la hoja en la espalda atravesando el jardín mientras no hay niños jugando para pisotearme, hacía mi ritual de paso, el primer rozamiento de una erección entre mis piernas. No lo conocía mucho, pero sabía su nombre. Sabía que le gustaba tanto acostarse con vírgenes como tomar vodka sin soda, y morder sus uñas en lugar de comer bocadillos. Mi abuela me hizo creer en Dios desde pequeña. Las monjas del colegio donde me gradué hace siete años también me enseñaron a creer, pero también me enseñaron a temer, a no abrirle las piernas a un hombre hasta que me tomara en matrimonio.


Eduardo y yo nunca hablamos de casarnos. Como dos chiquillos que se esconden después de tomar cinco dólares de la cartera de mamá, los dos nos condujimos hacia la bodega del pub, ese lugar de hotel lleno de botellas y vaginas destapadas. Estaba asustada. La arritmia me hacía sudar a borbotones. Eduardo me tomó por la nuca y me acercó a su rostro. Comenzó a besarme, primero rápido, luego a una ritmo que le permitía respirar mi aliento. Introdujo su lengua en mi boca y la mía esquivaba su paso para yo poder explorar la suya. Mientras una de sus manos descendía por mi torso, con la otra acariciaba mi seno izquierdo, un poco caído, es más pequeño que el derecho. Nuestras lenguas continuaban maquetando un ADN. Sentía placer en cada uno de sus movimientos. Él, tan grácil, tan dulce, tan experto, tan dentro de mí. Sentí un leve cosquilleo, un rozamiento doloroso y plácido cuando me embistió con su robusto y erguido miembro. Pensé en las monjas. Uno, dos, casi tres orgasmos y comencé a burlarme de ellas. Por qué querían ellas que me negara a algo tan cruel pero redentor. Comencé a cavilar. Dios debería estar celoso de mí. Pobre Dios, siempre prohibiéndonos hacer lo que él no puede. El hombre debió inventarse dos creadores para estos inconvenientes. Así Dios no sería voyeurista ni amargado.


—Puedes venir mañana a la misma hora. La pasé bien contigo. Y tu olor es fuerte, pero deslumbrante. —Dijo Eduardo mientras abrochaba sus pantalones—. Si quieres puedo llevarte a la habitación 34. Estará sola.


—Yo también la pasé muy bien contigo. Pero me he quedado sin dinero por pasar borracha desde el domingo. Hoy mismo parto a mi casa.

Mis maletas están llenas con la misma ropa que eché al salir de casa. No compré ningún llavero ni para el recuerdo. A veces menos, otras más, pero nada dura lo que nosotros queremos. Estamos atenidos al tiempo. Cambio, todo es cambio. Evolución. Nacimiento, muerte. Sobriedad, borrachera. Noviazgo, soltería. Niña, mujer. Religiosa, atea. Procesos. Creía en el miedo y ahora creo en el valor. Ahora entiendo que un para siempre es la suma del yo fui y el yo dejé de ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario