19 sept 2013

Porque tener piernas está devaluado


Es que amar es una decisión, pero ni sé para qué decido. Siempre decido para equivocarme. Como la vez que escribí SIN VAGINA en el espejo y no me convertí en sirena. Soy mala con los hechizos. Los peces y yo lloramos hasta que el nivel del río creció nueve centímetros. Estaba mojada hasta los tobillos y, con enfado, observé mis piernas. Yo no quería tobillos. Tampoco piernas, ni vagina. Quería una cola de pez, escamosa y de movimiento grácil. Quería conquistar al hijo de Yar Zua, hijo del marinero Yar Zum. A Yar Zua le gustaban las sirenas. Lo había observado contemplando la pintura de Collier en el comedor. Le gustaban las sirenas. Había decidido amarlas. Yo quería que Yar Zua me amara.

Apenada porque mi aspecto figuraba una mujer, me fui a emborrachar con los cangrejos. Insistía en no querer mis piernas. Malditas piernas. Solo sirven para que camine y les derrame la cerveza que cayó después de mi último golpe a la mesa. En mis cavilaciones estaba ser sirena u olvidarme de Yar Zua. Uno de los cangrejos me advirtió, fumándose un cigarrillo hasta la última línea antes de la colilla, que mañana iba a recordar todo porque no hay que revolver cerveza con lágrimas. La espuma ascendía por la parte más delgada de las botellas, empezábamos el quinto balde. Aún me sentía consciente. Lo recuerdo todo. Estuve conversando con el barman sobre el último tango del Cigala y llorábamos como dos adolescentes. Llorábamos como si nos fuésemos a morir esa misma noche. Me contaba que era un hechicero aficionado, y que él podía convertirme en sirena, pero que Yar Zua no iba a poder amarme. Era el doceavo balde y los cangrejos se retiraron.

Esa noche fue inservible tener piernas. No pude correr a salvarlo. Yar Zua fue asesinado al terminarse el doceavo balde. Los cangrejos regresaron con el cadáver de Yar Zua hasta el bar donde continuaba llorando con el barman. Verlo tendido sobre los azulejos, con la línea de sangre que había arrastrado consigo, decidí cesar de llorar. A esto se refería el barman, Yar Zua es incapaz de amarme, pero yo soy capaz de convertirme en sirena. Bebimos su sangre y nos reímos hasta la madrugada. Continúo golpeando la mesa, y la cerveza se derrama ahora sobre mi cola de pez.

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