8 sept 2013

Problemas con la oscuridad

Sentía miedo, miedo de la oscuridad, miedo de lo desconocido, miedo del mismo miedo, miedo de que ningún foco encendiera de nuevo. Florencia no sabía que un foco se podía encender y apagar con un interruptor, a veces con un aplauso. Pero no estaba cerca de ningún interruptor. Tampoco había aplaudido. Era abrumante para ella figurarse perdida y temerosa ante un foco sin alumbrar. Florencia no conocía la oscuridad. Cabe mencionar que tampoco conocía los focos quemados. Había crecido con focos y lámparas encendidas en todas las habitaciones de su casa desde pequeña, y la energía eléctrica nunca había fallado. 

Como estaba cerca de la ventana, se asomó por ella para observar la calle. Los automóviles parecían luces flotantes y los postes, una alineación de pequeños soles. Quería estar ahí. Los crujidos de sus pasos y el sonido de la cucaracha mordisqueando la madera para entrar al chinero la asustaban. Florencia nunca había escuchado tales sonidos. Creyó que la oscuridad quería hablar con ella. Pensó ir hacia la luz, pero nunca había salido de su casa. El masticar de la cucaracha continuaba y, a trompicones, Florencia corrió hacia la puerta y salió hacia las luces flotantes y los pequeños soles. Una vez sobre la acera, se quedó de pie, perpleja al notar un gran espacio negro sobre lo alumbrado, un espacio grande, sin luz, un gran cielo oscuro que nos indica a los mortales, excepto a Florencia, que es de noche, y no es porque Florencia fuese inmortal, es que ella tampoco sabía que morir formaba parte de un proceso natural de las cosas. Se dirigió hacia el poste más cercano a ella y antes de darse cuenta de que lloraba, decidió no regresar a su casa porque no quería que la oscuridad hablase con ella. Florencia no sabía cómo tener una conversación con desconocidos. Tampoco sabía si la oscuridad tenía voz, ni quería averiguarlo. Florencia no quería moverse del poste. 


Aunque no hacía mucho frío, Florencia decidió regresar a casa para tomar una colcha y abrigarse. Pero no quería conversar con la oscuridad ni descubrir cómo era su voz. Entonces se le ocurrió que el poste podría acompañarla hasta su habitación. Lo rodeó con sus brazos y, con todas sus fuerzas, intentó despegarlo del suelo. Dos, tres, seis, doce veces intentó, pero en todos los intentos, el poste no subió ningún centímetro. El dolor de brazos la hizo desistir. Decidió dormir bajo el poste sin cobija y sin almohada, pero con luz. Ahora Florencia estaba calmada y vivir bajo la luz de un poste no le pareció un absurdo. Lo que Florencia ignoraba es que también existía un cielo de naranjas, rosas y violetas que indicaban el amanecer, que la luz del poste iba a desaparecer y que sus padres no la dejarían vivir fuera de su habitación. 


Dormida bajo el poste, sus padres regresaron de su viaje por la luna y reemplazaron todos los focos de la casa. Florencia despertó en su habitación y el poste ya no alumbraba. No ha vuelto a ver la oscuridad, ni quiere hablar con ella.



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