21 ago 2013

Otra vez hoy

...Ahora serían dos almas libres buscando la manera de hacer que el mundo les sonriera, dos pájaros en cuyos pechos se guardara un último hálito de esperanz…
—¡Ay, ya basta! ¡Vos y tu poesía barata!
—¿Barata? ¿Tenés idea cuánto dinero tengo entre las manos?
—Tengo idea de lo idiota que sos por decidir comprarlo. Y pagarlo fue recordártelo. Pero como siempre te hacés el sordo.
—¡Al carajo, al carajo vos y tu mal humor!
—¡Pues al carajo me voy! El carajo es más divertido que la mierda. La mierda donde te quedás.

Elena se fue al carajo. Allí se fue a vivir. Y no era divertido como advirtió a Moisés. Elena lloraba. Lloraba porque su mal humor y ella estaban juntas. Lloraba porque Moisés se quedó en la mierda. LLoraba tanto que se comía sus lágrimas con la cena. Lloraba cuando recordaba las almas y los pájaros. Lloraba cuando recordaba a Moisés. Nada divertía en el carajo y la televisión nunca dejó de saturarse con novelas sobre parejas felices, de esas que se leen poesía porque a los dos les gusta y por eso nunca pelean. Elena sigue llorando. Apenas han pasado dos horas. Ducharse parece un remedio, y llorar mientras el agua desciende por los hombros, la espalda y los senos, como las manos de Moisés, es castigo hasta para el que cree en el amor ubicuo. El recuerdo duele más cuando la piel tiene hambre, deseos de palpar, de hacer contacto con otra piel, como la premura del tocamiento que a Elena agujereaba desde las plantas de los pies hasta su vientre. Perdonala, Cortázar, pero el cíclope no vale en este fatalismo. Perdonala, Sabines, pero hoy no iba a ver el gesto de ternura en su loco. Perdonala, Neruda, pero a ella no le gustaba el silencio de esta ausencia. Perdonala, Moisés, la mierda es divertida, tu poesía es un lujo, y Elena urge de vos.

La televisión seguía transmitiendo la misma novela de la tarde. Era maratón. Elena y sus lágrimas ignoraban el sonido de la televisión, como ignoraban la posibilidad de apagarla. El carajo era aburridísimo. Y Elena dejó a Moisés en la mierda.
—Vine a hacer divertido el carajo —dijo Moisés al llegar a casa—.
La mierda es aburridísima, no volvás a dejarme.
—Tú te quedaste y yo me vine. Me hiciste llorar y extrañarte.
—Tú te viniste y yo te seguí. Ya estoy aquí, ya es tu hora.
—¿Me querés matar?
—Quiero regalarte algo
—¿Son los dulces que me prometiste?

Moisés cuidaba mucho a Elena. Todas las tardes iban juntos al parque hasta que Elena se aburría de la poesía de Moisés. Todos los días era hoy. La Clorpromazina solo funcionaba hasta el tercer sendero de las tardes de parque. Elena se iba con su psicosis enmascarada de mal humor al carajo y Moisés se quedaba en la mierda. Pero siempre acudía al carajo para divertir a Elena después de sus pastillas. Ahora ven la televisión juntos y a Elena ya le gusta ver la novela.

—Leeme un poco de poesía —interrumpió Elena al televisor—.


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